A lo largo de su historia, la Argentina se resignó a una y otra vez a pensarse como una colonia. Desde las clases dominantes, se nos hizo creer que este país, tan rico en recursos naturales, estaba condenado a ser solo un productor de materias primas y se abortó una y otra vez el proyecto del desarrollo industrial de la nación.
Ya en pleno siglo XXI y con toda la información que manejamos hoy, sería necio no querer comprender que país industrializado es sinónimo de país desarrollado. Son aquellas naciones que producen mercancías y tecnologías con valor agregado las que lograron las mejores condiciones sociales y la Argentina debe asumir que la industria es el único motor posible para el progreso social. La realidad indica claramente, que en ese valor agregado está el trabajo de la gente y en esa producción está la riqueza que toda sociedad debe generar para poder consumir. Ya sabemos que ese trabajo y esa riqueza no surgirán de las timbas financieras, del saqueo de los recursos naturales, ni de las producciones primarias. Debemos volver a levantar la bandera de la industrialización nacional, que es la bandera del trabajo y el progreso para nuestro pueblo.
¿Pero por qué los sectores concentrados se oponen al proyecto de desarrollo industrial? La respuesta es sencilla: industrializar el país requiere una gran inversión nacional a largo plazo y esto es inconcebible para la cultura, rentística, egoista y cortoplazista de los sectores tradicionales. El desarrollo del país requiere invertir en educación, en infraestructura, en políticas de planeamiento. El desarrollo del país exige apostar por un estado grande y regulador y exige por sobre todo generar condiciones de movilidad ascendente para la clase trabajadora. Este un proceso largo y costoso que los dueños del gran capital concentrado no tuvieron ni tienen la voluntad de asumir. Por el contrario, siempre prefirieron imponer modelos coloniales y anti-populares en sintonía con el establishment internacional. En FORJA, vemos con preocupación, que en los días que corren, vuelve a escucharse el rúgido neo-liberal, como si las nefastas dictaduras y la maldita década del 90 no hubieran sido suficientes. Este espacio, surge de la necesidad de instalar este debate silenciado en un terreno clave: la Facultad de Ingeniería.
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